El movimiento slow nace en 1986 con la propuesta de retomar el control del tiempo, retomar la conexión con la naturaleza, con sus ciclos, y retomar la conexión con nosotros mismos. Pese a las connotaciones negativas que se puedan asociar a los conceptos de lentitud y calma, el movimiento slow no es, no debe ser, sinónimo de esa-panda-de-vagos-que-no-hacen-nadaaaaa. Todo lo contrario. Aprender a disfrutar de las pequeñas cosas, tanto como para darnos cuenta de que son grandes, aprender a ser más autosufcientes, tanto como para ser un poco más libres, son tareas que requieren mucho esfuerzo. Son gratificantes, pero también un no parar.
Nosotros, que vivimos en una pequeña aldea, lo llamamos con sornita estrés rural, y puede resultar paradójico. Pero, lejos de idealizar la vida en el campo, creemos que hay que ser realistas y asumir que en el medio rural hay mucho trabajo y poco empleo.
A nosotros nos encanta vivir aquí. Y aunque el día a día sea algo, un poquito más pausado, también es verdad que por regla general casi nunca tenemos fines de semana “completos”. Siempre hay algo que hacer: el semillero, el huerto, la leña, las conservas, los jabones… Sin prisa, pero sin pausa. La buena noticia es que nos gusta hacerlo. Y también que eso nos permite ser más autosuficientes. Y más felices.